miércoles, 29 de mayo de 2013

Simultaneando en soledad

Como siempre, voy a partir de una anécdota que me sucedió hace un par de semanas para lanzar una pregunta a los lectores. Cada vez es más frecuente que los clientes (sean estos agencias de interpretación, empresas de sonido, organizadores de eventos o clientes finales) pidan un esfuerzo para lograr un presupuesto lo más ajustado posible.


Entre las peticiones que más a menudo vengo escuchando está la de sustituir, en una interpretación simultánea, al compañero de cabina por una silla vacía, que cobra menos y se queja menos. Cuando se trata de presupuestar una jornada completa o incluso una media jornada, mi decisión es tajante: no se puede interpretar sin compañero sin correr el riesgo de perecer en el intento. 

En general, en interpretación simultánea se van turnando los intérpretes cada 20 - 40 minutos, dependiendo de la duración de la ponencia, de la complejidad del tema, de la velocidad del ponente y de lo cansado que se sienta uno: siempre es mejor cederle el testigo a tu compañero que aferrarte al micrófono aunque seas consciente de que, por la razón que sea, en ese momento no estás dando lo mejor de ti misma.

Sin embargo, el dilema se me plantea cuando me sugieren interpretar dos horas seguidas, en una situación a priori propicia para lograr una interpretación de buena calidad. En el caso concreto que quiero narrar, se trataba del último día de unas jornadas europeas sobre teatro, en las que se mezclaban charlas teóricas con talleres prácticos donde se animaba al público a participar en inglés. Los dos primeros días mi compañera y yo nos familiarizamos con los términos de teoría del teatro que deseaban analizar, con los ponentes (se iban repitiendo), con el equipo y los técnicos de sonido y con el hecho de encontrarnos en una sala separada del anfiteatro donde se desarrollaba el encuentro, lo que nos obligaba a seguir todo a través de un monitor de TV.


¿Podía encargarme yo sola de la interpretación el último día, que constaba únicamente de dos horas? Pues dije que sí. Y salir, salió bien, pero creo que el riesgo que se corre es demasiado grande como para obviarlo en la próxima propuesta de este calado que reciba: 
  • Tres minutos antes de empezar el técnico de sonido me tiró el café en la mesa (y en el pantalón). Mi ordenador (donde estaba todo mi material de referencia) recibió salpicaduras de capuchino, pero si llega a darle con un poco más de garbo me quedo con una mano delante, y otra detrás (sí, hay que llevar los glosarios impresos).
  • Olvidé la máxima de los intérpretes solitarios: visite a Roca antes de comenzar. En este caso, se encadenaros 2 ponencias de una hora sin pausa, los servicios estaban 2 plantas más abajo y los últimos 75 minutos estuve...digamos...arrepintiéndome de no haber prestado más atención a dicha máxima. 
  • Como digo, justo el día que estaba sola los ponentes se centraron en teoría, en los libros de Aristóteles sobre el teatro y en los aspectos más filosóficos del mismo y no hubo ni una mísera pausa en las dos horas que estuve interpretando, ni apenas intervención del público. No solo sufre la voz; también las neuronas. La última media hora no tengo reparo en admitir que la calidad de la interpretación se vio ligeramente afectada, cosa que no me hizo ni pizca de gracia, obviamente;  parece que los humanos tenemos un límite, sí.
¿Y vosotros, qué hacéis en una situación así? ¿Habéis tenido alguna experiencia desagradable al respecto? Me gustaría conocer la opinión de otros intérpretes, porque es una encrucijada ante la que nos vamos a encontrar cada vez con más frecuencia, me temo. 





viernes, 24 de mayo de 2013

Se levanta el telón...y aparecen dos intérpretes

En contra de lo que pudiera parecer, la entrada de hoy no tiene nada que ver con los encuentros teatrales que estuve interpretando la semana pasada, no.

La interpretación de hoy era mucho más compleja, pues era una interpretación médica en unas jornadas que reunían a los especialistas españoles de una enfermedad de la sangre de las llamadas «raras» por haber un número muy reducido de casos. La terminología y el campo son complicados y había que lucirse porque estábamos frente a los expertos en la materia, el glosario que habíamos ido elaborando mi compañera de cabina y yo era kilométrico, pero la mayor dificultad a la que me he tenido que enfrentar no ha tenido nada que ver con las ponencias en sí, sino con las condiciones en las que se ha desarrollado la interpretación.
Cuidado, que lo mismo que me ha pasado a mí te puede pasar a ti, así que mejor poner remedio antes de que te veas en una tesitura así.



La sala donde interpretábamos era recogida y coqueta. Nos avisaron de que debido a sus especiales características el sonido reverberaba bastante. No hay problema: encerradas en nuestra cabina estaremos suficientemente aisladas, pensamos. Luego nos dijeron que la cabina estaría situada en lo alto de la sala, donde solo hay un estrecho pasillo similar al que rodea a media altura la nave de una catedral. En un pasillo así la cabina cabe malamente, pero somos chicas prácticas y nos adaptamos a las circunstancias. Con lo que no contábamos es con que la estrechez fuera tal que impidiera instalar puertas en la cabina. El primer paso fue convencer a los organizadores de que en tales circunstancias, era poco recomendable que hubiera asistentes sentados cerca de nosotras.  Una vez visto que todos los asistentes tomaban asiento en el piso inferior, respiramos aliviadas, pero por poco tiempo. 
Yo siempre interpreto utilizando ambos auriculares, y tengo una tendencia natural a elevar el volumen de la voz, siendo el aumento directamente proporcional a la velocidad del ponente y a la complejidad de la temática. Vamos, que empecé a interpretar al ponente griego y estaba hablando alto, bastante alto.  Mi compañera me hacía señales para que bajara la voz, yo lo intentaba unos seguros pero enseguida volvía a concentrarme en los ensayos clínicos descritos, las tasas de respuesta, los acontecimientos adversos... Hasta que de repente veo que viene una persona y cubre la parte trasera de la cabina con una especie de telón de teatro, y que trata de fijar el telón a ambos lados de la cabina, convirtiéndola en un horno y de paso impidiendo nuestra salida sin molestar al compañero. Ahí empiezo a sospechar que algo va mal, sospecha que se ve confirmada unos minutos después cuando mi compañera, presionada por los organizadores, apaga tímidamente mi micrófono y prosigue ella con la interpretación. Sí, mi interpretación estaba molestando a algunos asistentes, quienes se habían quejado airadamente. Una vez que mi compañera me hubo explicado lo sucedido, y tras unos momentos de desazón y de preocupación, no me quedó otra que proseguir la interpretación utilizando únicamente uno de los auriculares, de modo que pudiese escuchar mi propia voz y lograr controlar mejor su volumen. Esta forma de interpretar la había probado alguna vez en el pasado, pero había llegado a la conclusión que era imposible concentrarme en el discurso del ponente si oía mi propio discurso a un volumen similar. Pues bien, éste es otro de esos ejemplos de que uno no conoce sus límites hasta que no le ponen a prueba. Ahora ya sé que puedo hacerlo. También sé que me cuesta más concentrarme, que prefiero aislarme de mi propia voz utilizando ambos auriculares, pero la próxima vez que sea fundamental modular la voz y adaptarla a un recinto con condiciones poco propicias para la interpretación, podré hacerlo. 

Desde luego, preferiría haber conocido las condiciones de antemano y haber practicado la interpretación «monoaural» de antemano, así que la moraleja de hoy es esa: prueba en casa a interpretar con un solo auricular bajando la voz al máximo, no sea que en un futuro os encontréis en una situación parecida. ¿O soy la única que interpreto en modo «biaural» es la mejor opción?

PS - Gracias mil a mi compañera de cabina por ser tan remajísima y por haber capeado el temporal de la mejor manera posible. #terpLove.