martes, 12 de febrero de 2013

Interpretar es también actuar

Cuando en clase de interpretación preguntábamos a la profesora qué hacer si el ponente canta, ríe, habla o cuenta un chiste malo imposible de traducir, ella siempre nos decía que somos profesionales de la interpretación, no artistas, y que hay ciertos límites que no tenemos por qué superar, puesto que además poco pueden ayudar a transmitir el mensaje original. No hay por qué cantar, ni por qué tratar de traducir un chiste cargado de sutilezas culturales. 

Pero como sucede con esta profesión, la interpretación a veces te abre puertas de mundos que ni siquiera sospechabas que existían y te pone en situaciones que jamás habrías esperado encontrarte. Esto me sucedió el domingo pasado (sí, domingo). Me habían llamado para acudir a la reunión nacional de una empresa de marketing multinivel; es decir, de estructura piramidal que basa sus ventas en las existencia de una cantidad ingente de distribuidores que venden sus productos entre sus familiares y conocidos cercanos. Mientras que en América se trata de una práctica muy extendida y con una larga tradición (el famoso "Avon llama a su puerta"), aquí está mucho menos arraigada. Mi labor era necesaria porque iban a contar con la presencia del Director de Ventas de la empresa, un estadounidense de esos que saben muy pero que muy bien cómo hablar en público y mantener el interés de los oyentes durante largo rato. 
Yo esperaba una reunión en petit comité, con un par de docenas de personas como mucho, pero cuál fue mi sorpresa cuando al abrir la puerta de la sala donde se celebraba dicha reunión me encontré con más de 2000 personas ávidas por escuchar lo que este señor venía a contarles. Huelga decir que casi me da un vahído allí mismo. Nunca antes había hablado delante de tanta gente.  
Este hombre subió al escenario y empezó a hablar cuando el ambiente ya estaba muy caldeado; la gente le jaleaba, le aplaudía, y él con su discurso emotivo y sin paradas, como una metralleta, ayudaba a caldear aún más el ambiente.  Hay que decir que como orador de masas era un 10. 

A mí me colocaron con un micrófono de pie junto al escenario, a unos 15 metros del orador. No disponía de auriculares; el sonido que yo oía era el mismo que escuchaba el resto de la sala: el que salía de los altavoces y, tras rebotar en las paredes de la sala y mezclarse con gritos y aplausos, llegaba a mis oídos. Tomar notas no era necesario; tenía que interpretar cada dos o tres frases; su voz pisaba el final de mi traducción para no dejar decaer el ambiente, así que yo tenía que ser tan metralleta como él y concisa (cosa harto difícil para mí). Y así 2 horas largas, con una pequeña parada. Labor agotadora. Aceleraba el ritmo del discurso aún más, se metía entre el público, y cuando alguna cosa no entendía yo y dudaba unos segundos sobre qué decir, el orador se giraba ansioso y repetía la frase. 
Es difícil interpretar así, sin red, cuando ni te puedes escudar en tu cabina, donde el oyente no sabe qué ha dicho el ponente en el idioma original, ni tampoco estás cerca del ponente (como suele suceder en la versión habitual de la consecutiva) para pedirle que repita esa última palabra que no has entendido. Yo había escuchado 10 o 12 vídeos del ponente a modo de preparación, pero la presencia del ruido ambiente y la distorsión del sonido que provoca el micrófono dificultaron sobremanera el trabajo. 

Aparte de las dificultades para entender el discurso del ponente, tenía que preocuparme por dotar a mi discurso de toda la carga dramática que llevaba el mensaje original. En clase nos decían que el oyente, en consecutiva, ya ha visto los gestos del orador y ha oído la entonación con la que ha emitido su discurso. Sin embargo, en esta ocasión, donde mis frases y las suyas se solapaban y el fin de su presencia era caldear el ambiente e infundir motivación y entusiasmo a los participantes, no me quedó otra (creo) que hablar con la misma pasión que lo hacía él; meterme en su personaje para, entre los dos, entretejer un mensaje bilingüe sin saltos y coherente, a pesar de que yo no comulgara con la mayoría de las cosas que se estaban diciendo. De todas maneras, meterme en el papel en esa ocasión fue lo más sencillo de toda la jornada, pues todo lo que me rodeaba me empujaba a hacerlo.
Toda una experiencia, la verdad, que me dejó exhausta pero encantada con esta profesión tan llena de sorpresas y por la sensación de "¡uff, prueba superada!".








1 comentario:

  1. ¡Ah! Así que esta era la interpretación delante de 2000 personas. Madre del amor hermoso xD Tiene que haber sido la definición de adrenalina, ¿eh? Y lo de la mezcla de aplausos y eco te da doble mérito, vamos. Enhorabuena :)

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