domingo, 17 de junio de 2012

Horas muertas

A veces cuando interpreto me recuerdo a mí misma a esos actores que cuentan que para rodar una secuencia de media hora se tiran todo el día en el set de rodaje esperando, dejando pasar el tiempo, maquillándose y volviendo a esperar. Algo así me sucedió el lunes pasado (menos lo del maquillaje, claro). Interpretación en un hospital de esos nuevos y deslumbrantes de la Comunidad de Madrid. Jornadas de temática económica y de gestión, tan típicos de esta coyuntura económica que nos está tocando vivir. Como suele suceder, viene un ponente extranjero y el resto son españoles, con lo que toca interpretar todo al inglés menos la ponencia del extranjero. Solicitamos a la agencia información. Nada. No hay respuesta. La agencia nos dice que hablemos directamente con el cliente, otro eslabón intermedio en esta eterna cadena que parece ser la organización de eventos corporativos. Nada, imposible. El día anterior a la celebración del evento nos sugiere que, aunque las jornadas son de 4 a 7 de la tarde (ergo nos pagan media jornada), que por qué no vamos allí a última hora de la mañana (a la 1 del mediodía) porque, como seguro que los ponentes se acercan por allí a probar el equipo audiovisual, poder tener las ponencias aunque sea con un par de horas de antelación. Tener las ponencias con 2 horas de antelación ayuda más bien poco, pero menos da una piedra, así que allí que nos dirigimos mi compañera de cabina y yo transporte público mediante. Total: que hemos salido a las 12 de casa y llegamos a las 8:30 de vuelta para una interpretación que empieza a las 4 y que dura 3 horas.
¿Quién dijo que la hora de intérprete está requetefenomenalmente bien pagada?

La cosa es que llegamos allí a la 1 y gracias a un cambio de planes de "última hora" nos comunican que allí no va a llegar ni el Tato hasta las 4 pm. Genial. Horas muertas por delante. Pero bueno, las horas nunca son muertas del todo si tratas de sacar el máximo partido de ellas. No hicimos sudokus ni hicimos una tablita de yoga, sino que alternamos trabajo pendiente de traducción con una comida con los organizadores, que nos sirvió para charlar con ellos de manera relajada y afianzar la relación profesional, cosa harto importante (cada día me doy más cuenta de ello) en esta profesión de intérprete autónoma.

8 horas fuera de casa por un salario de media jornada, pero yo siempre trato de ver lo positivo de cualquier situación, y creo que en este caso todos ganamos mucho, aunque no fuera en euros contantes y sonantes.

sábado, 16 de junio de 2012

Ponentes patrios

Cualquiera que me haya preguntado que cuál es el peor acento a la hora de interpretar, yo siempre digo lo mismo: que, globalmente hablando, el peor ponente es el producto nacional. Interpretar al inglés ya es de por sí un reto, puesto que el vocabulario con el que jugamos no es tan amplio como en nuestro propio idioma, y cuando el tiempo apremia siempre cuesta algo más encontrar la palabra precisa o la expresión que mejor encaja. Pero es que los ponentes patrios suelen venir, en muchos casos, con características adicionales que ellos justifican como si viniesen de serie. Y un claro ejemplo de este tipo de ponentes me encontré yo el miércoles pasado. Os pondré en antecedentes: Consejero Delegado de una gran empresa española con sedes repartidas por medio mundo. La empresa celebra su Reunión Anual en Madrid, y el primer acto es una charla de bienvenida de dicho CEO para todos los jefazos nacionales y venidos allende los mares. Muchos de ellos americanos que no hablan ni papa de español. Va a ser una consecutiva pero, 2 horas antes de empezar y habiendo salido yo ya de casa, me cambian el guión y me dicen que me van a meter en cabina. Para entonces yo ya llevaba 3 días pidiendo información sobre el tipo de ponencia que va a ser, pero nadie suelta prenda. Así que lo único que me queda es empollarme la web de la empresa, que tiene el decoro de ser bilingüe. Algo es algo. Llego al evento con 1h de antelación para probar micros y tratar de recabar algún dato in situ, pero lo único que obtengo es un "tú no te preocupes, que no se va a meter en cifras, va a ser una bienvenida general, nada formal y relajada". Pero la menda no se fía ni un pelo. El protagonista del acto aparece por allí bastante pronto, mucha gente le requiere y sigue sin querer decir de qué va a hablar. Parece que no quiere renunciar al efecto sorpresa de sus palabras y prefiere eso aun arriesgándose a que su mensaje no llegue en perfectas condiciones a sus colegas estadounidenses. Trato de acercarme yo al CEO y me presento como su intéprete, a ver si cuela y me cuenta algo. Y sí, estas son sus palabras textuales: "pues creo que no voy a ponerle la vida nada fácil, porque yo suelo hablar muy rápido cuando voy con el discurso sin preparar". Ante estos casos siempre me pregunto: ¿realmente hablar rápido es algo tan inherente a la persona que, a pesar de tener la cabina y a su habitante a 5 palmos de tus narices, eres incapaz de pisar el freno por tu propio bien? Muy típico del producto nacional: "Yo hablo rápido, pero ahí no hay nada que hacer". Y muy típico también el improvisar el discurso, sin papeles y, lo que es peor, sin hilo conductor, que es lo que apuñala al intérprete. ¿Quién nos ha dicho que estructurar, preparar, ensayar y hasta memorizar una ponencia le quita carisma al discurso? ¡No le quita carisma, sólo le añade cosas buenas! Se transmiten mejor los mensajes clave, se hace más ameno y fácil de seguir, y se suele ser más conciso. El epílogo de esta historia es que el CEO fue conciso porque iba bien adoctrinado (menos mal, porque en otras ocasiones alargó los 20 min de rigor hasta 1h 30 min de discurso y yo estaba sola en cabina), lo del hilo conductor no se le daba del todo mal, la velocidad fue menor de la esperada (el entorno paradisiaco, entre jardines y con una fuente enorme a sus espaldas debió de ayudar a atemperar el ánimo), pero la conferencia fue, como cabía esperar, financiera en toda regla; una descripción de la cuenta de resultados de la empresa y la estrategia que seguirán en el futuro, llena de apalancamientos, EBITDA, desinversiones, volumen de negocio y deudas a mansalva. Menos mal que tras empollarme este estupendo libro sobre fundamentos del análisis financiero (primero te explica el concepto, luego te enseña el palabro correspondiente) ya no estoy tan rematadamente pez en esos temas como hace 1 año...pero aún así, tener un breve esquema de partida habría mejorado las cosas notablemente.
Y la moraleja: ¿Realmente es tan difícil ver que ayudar al intérprete es ayudar a que tu mensaje le llegue nítido y sin taras a la audiencia?

Biduleando en la gran urbe

La interpretación de hoy iba a ser en consecutiva, en principio, pero estoy de acuerdo con que este formato no encaja del todo bien cuando el objetivo del discurso es llenar de energía y entusiasmo y de ganas de trabajar a los asistentes, como era el caso. Una gran empresa en su reunión anual, y hoy era el turno de las actividades con un cierto carácter lúdico para potenciar el espíritu de grupo. Así que cuando me llamó la agencia para notificarme del cambio de formato (de consecutiva a simultánea) no me sorprendió demasiado. Lo que sí me sorprendió fue saber que la simultánea se iba a hacer, por simplicidad, sin cabina, y que iban a recurrir al famoso maletín de Infoport/Bidule del que tanto había oído hablar y que tuve la suerte de probar en la ponencia magistral que impartió Clara Guelbenzu en el marco de las Jornadas celebradas en Sampere el pasado abril. Así que cuando me preguntaron si lo había utilizado en alguna ocasión, tuve la suerte de poder decir que sí. De todas formas, los primerizos han de saber que es un sistema sencillo de utilizar (¡por eso recurren a él, claro!).
Aquí os muestro una foto del sistema que utilicé yo:

Al igual que en la simultánea, cada asistente tiene unos auriculares con un receptor incorporado, un control de volumen y un selector de canal.  El intérprete cuenta con un micrófono formato "diadema" y un emisor del tamaño de una cajetilla de tabaco (el dispositivo que aparece a la derecha de la foto) con el que "se envía" a los asistentes el discurso interpretado. En este caso el ponente hablaba con un micrófono conectado a uno potentes altavoces, con lo que yo tenía que escuchar el sonido ambiente e intrepretarlo simultáneamente, sin disponer de barrera alguna entre lo que oía y lo que hablaba (es decir, en este caso no disponía de auriculares). El sonido me llegaba sin problemas, pero el tener que desvincular el discurso oído de mi propio discurso cierto es que requiere una dosis triple de concentración, como cuando uno trata de interpretar al locutor de televisión.  Menos mal que el ambiente era relajado y el ritmo del ponente no era muy rápido, con lo que pude realizar mi labor sin grandes dificultades.
La experiencia fue estupenda: como suele suceder, tuve que llegar con mucha antelación para probar el sistema (calidad del sonido, alcance de la señal), pero el no estar en cabina tiene muchas ventajas:

  • ¡No te cueces! (Algo especialmente habitual si interpretas al aire libre y en verano)
  • Andando se piensa mejor (por lo menos a mí me pasa)
  • Hay más contacto con el resto de integrantes del equipo de organización del evento, y en este caso eran muchas. Y las relaciones sociales son, me he dado cuenta, una parte vital de esta profesión, a la par de la interpretación propiamente dicha.
  • Puedes buscar tú misma la mejor ubicación para ver y oír bien al ponente. Esto puede convertirse en un problema en ciertos trabajo de campo, lo sé, pero en este caso concreto jugó a mi favor.
La verdad es que yo no me había imaginado a mí misma utilizando el maletín de Infoport/Bidule en la gran urbe, a espaldas del Bernabeu, con el tráfico de la Castellana a mi vera, sino en trabajos de campo tales como una visita a unas instalaciones agropecuarias, a una fábrica, un paseo rural... pero tras la sorpresa inicial me voy con buen sabor de boca y con ganas de repetir.